El siglo XXI se
inicia en un tono catastrófico, con un grado sin precedentes de deterioro
ambiental y de "orden" mundial caótico, asediado por el terror y por
focos de guerra de baja intensidad (desintegradora) que se extienden como
gangrena a través de amplios segmentos del planeta -África Central, Medio
Oriente y noroeste de América del Sur- y reverberan en todas las naciones.
La crisis de la
ecología y el derrumbe social están profundamente interrelacionados y deben
ser vistos como manifestaciones distintas de unas mismas fuerzas estructurales.
En términos generales, lo primero es el resultado de la industrialización
rampante que desborda la capacidad de la Tierra para amortiguar y contener la
desestabilización ecológica. Lo segundo se deriva de la forma de imperialismo
conocida como globalización, con sus efectos desintegradores sobre las
sociedades que encuentra a su paso. Más aun, estas fuerzas subyacentes son, en
esencia, aspectos diferentes de un mismo impulso, que debe ser identificado como
el factor dinámico central que mueve a la totalidad: la expansión del sistema
capitalista mundial.
Rechazamos
todos los eufemismos o el amortiguamiento propagandístico de la brutalidad de
este régimen: todo intento de teñir de verde sus costos ecológicos, toda
mistificación de los costos humanos bajo los nombres de democracia y derechos
humanos. Insistimos, por el contrario, en la necesidad de encarar al capital en
la perspectiva de lo que realmente ha hecho.
En lo que se
refiere a la naturaleza y su equilibrio ecológico, este régimen, con su
imperativo de constante expansión de la rentabilidad, expone los ecosistemas a
contaminantes desestabilizadores; fragmenta hábitats que han evolucionado
durante millones de años para permitir el florecimiento de organismos; agota
los recursos y reduce la sensual vitalidad de la naturaleza al frío intercambio
que requiere la acumulación de capital.
Desde el lado
de la humanidad, con sus demandas de autodeterminación, comunidad y una
existencia plena de sentido, el capital reduce a la mayoría de la población
del mundo a mero reservorio de fuerza de trabajo, mientras descarta a muchos de
los restantes como molestias inútiles. Ha invadido y erosionado la integridad
de las comunidades a través de su cultura de masas global de consumismo y
despolitización. Ha expandido las disparidades en riqueza y poder hasta niveles
sin precedente en la historia de la humanidad.
Ha trabajado en estrecha asociación
con una red de estados serviles y corruptos, cuyas élites locales llevan a cabo
la labor de represión y liberan al centro del oprobio de la misma. Y ha puesto
en marcha una red de organizaciones transnacionales bajo la supervisión general
de las potencias occidentales y de la superpotencia de Estados Unidos, para
minar la autoridad de la periferia y atarla al endeudamiento, mientras mantiene
un enorme aparato militar para garantizar el acuerdo con el centro capitalista.
El actual
sistema capitalista no puede regular, ni mucho menos superar, las crisis que ha
desatado. No puede resolver la crisis ecológica, porque esto demandaría poner
límites a la acumulación -una opción inaceptable para un sistema promovido a
partir de la máxima de ¡crece o perece! Y no puede resolver la crisis
planteada por el terror y otras formas de rebelión violenta porque para hacerlo
tendría que abandonar la lógica imperial, lo que impondría límites
inaceptables al crecimiento y a todo el modo de vida sostenido por el ejercicio
del poder imperial. Su única opción es acudir al recurso de la fuerza bruta,
incrementando así la alineación y sembrando las semillas del terrorismo... y
del contraterrorismo ulterior, evolucionando hacia una variante nueva y maligna
de fascismo. En suma, el sistema capitalista mundial está en una bancarrota
histórica. Se ha convertido en un imperio incapaz de adaptarse, cuyo gigantismo
termina por dejar al descubierto su debilidad interna. En términos ecológicos
es profundamente insostenible y debe ser cambiado de manera fundamental -mejor
aun, reemplazado- si ha de existir un futuro digno de ser vivido.
De este modo,
estamos nuevamente ante la clara disyuntiva planteada una vez por Rosa
Luxemburgo: ¡socialismo o barbarie!. Y en esta ocasión, el rostro de la
barbarie refleja la marca del siglo que empieza, y asume el semblante de la
ecocatástrofe, el terror y el contraterror, y su degeneración fascista.
Sin embargo, ¿por
qué el socialismo, por qué revivir esta palabra en apariencia destinada al
basurero de la historia debido a los fracasos de sus interpretaciones en el
siglo XX? Sólo por una razón: por muy golpeada y pendiente de realización
efectiva que esté, la noción de socialismo sigue expresando la superación del
capital. Si éste debe ser superado, tarea que ahora se torna urgente para la
supervivencia de la civilización misma, el resultado será por fuerza socialista,
porque tal es el término que designa el avance hacia una sociedad
poscapitalista. Si decimos que el capital es radicalmente insostenible y se
fragmenta en la barbarie que acabamos de describir, entonces decimos también
que es necesario construir un socialismo capaz de superar las crisis que el
capital ha venido desatando. Y si los socialismos del pasado no pudieron lograr
eso, y si escogemos no someternos a un destino bárbaro, entonces nuestra
obligación es luchar por otro que sea capaz de triunfar. Y del mismo modo que
la barbarie ha cambiado de un modo que refleja el siglo transcurrido desde que
Luxemburgo expresara su esperanzadora alternativa, el nombre y la realidad de socialismo
deben ser los que requiere nuestro tiempo.
Por esas
razones llamamos ecosocialismo a nuestra interpretación del socialismo y hemos
decidido dedicarnos a su realización. Vemos el ecosocialismo no como la negación
sino como la realización de los socialismos de primera época del siglo
XX, en el contexto de la crisis ecológica. Como aquéllos, éste se construye a
partir de la percepción del capital como trabajo objetivado, y se asienta en el
libre desarrollo de todos los productores o, para decirlo de otra manera, en el
fin de la separación de los productores respecto de los medios de producción.
Entendemos que este objetivo no pudo ser realizado por los socialismos de
primera época por razones que, si bien resultan demasiado complejas para
ser abordadas aquí, pueden resumirse en los diversos efectos del subdesarrollo
en un contexto dominado por la hostilidad de los poderes capitalistas. Esta
coyuntura tuvo numerosos efectos nocivos en los socialismos realmente
existentes, principalmente en lo relativo a la negación de la democracia
interna mediante la emulación del productivismo capitalista, y terminó por
conducir al colapso de esas sociedades y a la ruina de sus entornos naturales.
El
ecosocialismo mantiene los objetivos emancipadores del socialismo de la primera
época y rechaza tanto las metas reformistas -atenuadas- de la socialdemocracia,
como las estructuras productivistas de las variantes burocráticas del
socialismo. En cambio, insiste en redefinir tanto la vía como el objetivo de la
producción socialista en un marco de referencia ecológico. Lo hace de manera
específica en lo relativo a los límites del crecimiento esenciales para
la sostenibilidad de la sociedad, los cuales no son adoptados, sin embargo, en
el sentido de imponer escasez, mala calidad de vida y represión. El objetivo,
por el contrario, consiste en una transformación de las necesidades y un cambio
profundo hacia la dimensión cualitativa, alejándose de la cuantitativa. Desde
el punto de vista de la producción de mercancías, esto se traduce en una
valorización de los valores de uso sobre los valores de cambio -un proyecto de
vasto significado, asentado en la actividad económica inmediata.
La generalización
de la producción ecológica bajo condiciones socialistas puede proporcionar la
base para superar la crisis actual. Una sociedad de productores libremente
asociados no se detiene en su propia democratización. Por el contrario, debe
insistir en la liberación de todos los seres, como sostén y como su objetivo.
De este modo, supera el impulso imperialista tanto en lo objetivo como en lo
subjetivo. Al alcanzar esa meta, lucha por superar todas las formas de dominación,
incluyendo de manera especial las de género y raza. Y supera las condiciones
que dan origen a las distorsiones fundamentalistas y sus manifestaciones
terroristas.
Nadie puede
leer estas ideas sin pensar, primero, en cuántos problemas prácticos y teóricos
pueden surgir de ellas. Y, enseguida y de manera descorazonadora, en lo lejanas
que están con respecto a la configuración presente del mundo, tanto en lo que
hace a sus instituciones como en cuanto a las formas en que está presente en la
conciencia. Nuestro proyecto no consiste ni en delinear cada paso de esta vía
ni en ceder ante el adversario debido al carácter abrumador del poder que
ostenta, sino en desarrollar la lógica de una transformación suficiente y
necesaria del orden actual y en empezar a desarrollar las etapas intermedias en
dirección a este objetivo. Hacemos esto con el propósito de pensar con mayor
profundidad en estas posibilidades y, al propio tiempo, empezar el trabajo de
diseño en conjunto con quienes comparten estas preocupaciones.
[La reproducción
de este resumen del Manifiesto Ecosocialista, que simultáneamente está
siendo publicado en la revista norteamericana Capitalism, Nature, Socialism,
fue solicitada a Ambien-tico por varios ecologistas costarricenses
adherentes del mismo. Los autores centrales del original en inglés son Michael
Lowy (mlowy@free.fr) y Joel Kovel]
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